Juan Felipe Robledo
Lleva más de cuatro libro de poesía escritos pulidos como piedras preciosas y sus poemas están en las más importantes antologías del país y del exterior.
Docente y poeta.
Su elaborado verso recuerda el oficio de los pulidores de joyas.
Suya es la palabra correcta en el poema.
Nos debemos al alba
Traicionar las palabras,
canjear su peso, su color,
en el sucio mercado de los días
es acto que nos llena de muerte
y ceniza y vago afán.
Ha de ser castigado
con el hierro, la soledad,
el tedio y la miseria.
Nos debemos al alba,
plateros, a la dicha,
y al canto y al remo
y al ensueño trazado en la garganta
y a mañanas sin prisa
en las orillas de un mar que ya no es.
Porque al final todo es olvido
para quien al tráfago su sangre dona,
a la parla chi suona
y a conversaciones con tontos
y mercachifles,
y comete delitos en descampado
con las pequeñas,
las terribles y mansas
y arteras palabras.
Acción de gracias
A mamá
Las mujeres nos salvan
de tedio inmenso
y plateado mundo,
llenándonos de fortaleza
y, en las estancias de la infancia,
oscuras y vibrantes y plenas,
donde hay lámparas por mantas cubiertas,
hacen que detengamos el paso
y nuestro pensamiento vuela
o, mejor, se detiene y fractura
para empezar a vivir en el plexo,
la piel y las uñas.
Nos fijamos en las uñas, ¡aleluya!
y contemplamos el azul sin pausa,
el océano es nuestro alimento
-cuna del tiempo-.
Presentimos distantes lugares
donde la historia es la misma
y no hay moraleja.
En cafés y calles y plazas y teatros
descubrimos el sonido de la risa y, dichosos,
nada aguardamos y somos plácidos y la fuerza nos habita.
Poema para no olvidar el árbol de caucho
Las hormigas que conocen bien la sombra
no tienen ningún motivo de vergüenza,
no hay sitio que no conozcan
ni dicha que no las llene en las mañanas frescas de la costa.
Los mangos que reposan en los senderos recorridos por su impudicia
son hoy ruinas de castillos, lejanos bastiones para dejar de
[lado y no lanzarse a conquistar.
Los cruzados jamás vendrían a esta tierra, los corceles no piafaron en ella bajo largos mediodías.
Son sus rutas poblados conciertos que cantan la espesura, tiempo callado que no dice vaguedades o intensifica los acentos que viven sobre sus cabezas.
Dioses que atravesaron el océano viven en esta tierra desde hace varios siglos
y los que habitan bajo el árbol no se han enterado
o si lo supieron un día no les importó.
No hay bajo el árbol de caucho plegarias, no hay consuelo,
todo es vida de esplendor para el olvido.
Y las hojas se mueven, el tiempo es eterno en los bordes,
los perros se persiguen desde siempre entre la arena,
festejan los loros y las guacamayas en el cielo delgado que abraza al árbol,
el día pasa con fuegos lejanos y la piedra canta para sí.