Héctor Rojas Herazo

Es quizá uno de los mejores poetas de Colombia y de los mejores escritores. 

Su poesía visceral es un grito desgarrado.

Es la joya escondida, uno de nuestros mejores secretos.


 Súplica de amor

Por mi voz endurecida como una vieja herida;
Por la luz que revela y destruye mi rostro;
Por el oleaje de una soledad más antigua que Dios;
Por mi atrás y adelante;
Por un ramo de abuelos que reunidos me pesan;
Por el difunto que duerme en mi costado izquierdo
Y por el perro que lame los pómulos;
Por el aullido de mi madre
Cuando mojé sus muslos como un vómito oscuro;
Por mis ojos culpables de todo lo que existe;
Por la gozosa tortura de mi saliva
Cuando palpo la tierra digerida en mi sangre;
Por saber que me pudro.
Ámame. 

Sentencia

La baba te dará su miel oscura.
El carbón tiznará tus hombros claros.
El agua amasará tu sacrificio
sin apagar tu sed ni aplacar tu amargura.
Tendrás humores, pues tendrás un cuerpo.
Pisarás firmemente con tu efímero polvo.
Negarás tantas veces que serás afirmado
de lo mismo que niegas y lo mismo que huyes.
Nadie dirá: "lo he visto, lo he tocado en su centro".
Vivirás prisionero de tu ser escondido
Dudarás de ti mismo, sufrirás de tus ojos,
cantarás sin que nadie te mitigue la frente.
No alzarás la mirada ni pedirás sosiego.
Ni paz a tus pulmones ni reposos a tu sangre
No dirás: "he vivido, dadme un poco de olvido"
porque la luz está sellada con tu nombre.
Arderás, lucharás, comerás de tus codos.
El luto ceñirá tu esplendor ceniciento.
Tu eternidad y espacio te colman y saludan:
Expiarás para siempre el haberte encendido. 

El barro escoge un hombre

El barro escoge un hombre, lo señala y madura,
le da su resplandor y su fuerza callada
y un poco de ceniza le derrama en la sangre.
Después el hombre busca, se deshace, recuerda,
desovilla sus horas,
pone a trasluz su sangre
y una tarde comprende que ha triunfado el olvido.
Es el tiempo, se dice,
pasó por mi cabeza
llovió en mí
tembló sobre mi pecho
y otro labio encendió para henchir mi tristeza.
Entonces busca, mira, regresa por su frente,
pregunta en el invierno por su roto verano.
Y solo el aire, el sueño, las cosas vagas, una amarga dulzura,
lo hieren sin herirlo, lo deshacen cantando. 

ñapa

Límite y resplandor

Algo me fue negado desde mi comienzo,
desde mi profundo conocimiento.
Y he velado dulcemente
sobre las espadas que segaron mi luz.
Con nocturno rostro me he alzado
a batallar en el esplendor de mis dormidas normas,
con el pavor de mi júbilo primero
y en otra sombra abatida he pronunciado mi nombre,
mi tremendo, mi orgánico nombre,
mi nombre de filo y de simiente
bajo el sueño de un ángel.
Mis apetitos totales he derramado
como un tributo de reconocimiento,
mi olfato y mi tacto como duros presentes.
Mis olvidados sacrificios he reunido,
mis anteriores fuerzas,
mi casto furor,
mi más antiguo y añorado fuego.
Y he aquí que todas mis potencias
no logran arribar al límite de lo perdido.
En otra edad dichosa
mi palabra fue herida de terrestre amargura. 
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