Gonzalo Márquez Cristo

Uno de los grandes, hacedor de confabulaciones y conjurados. 

Poeta de la sombra y los rituales.

Se nos fue quizá demasiado pronto, dejando títeres llorando por su sombra.


GÉNESIS

Para sobrevivir nos arriesgamos a la memoria, nos entregamos
al vacío.

Ya conocimos el ave de rapiña del viento y la serpiente del
agua. El silencio jamás volverá a separarnos.

Regresamos al sílex, escuchamos la oración del fuego.
Emprendemos el numinoso sobresalto. Vivimos la voracidad de
los hallazgos y el juego espectral del deseo.

El único fruto del árbol al que no podemos renunciar es a su
sombra. Sufrimos la persecución de la primavera -y fue allí
donde la palabra se hizo verde.

Lo que más dura es el instante, lo que más oculta es la luz.
Cuando se interrumpe el tiempo alguien decide nacer.


DOMINIO DE LAS HUELLAS

Volví de la noche: aún me escucho el corazón.

Para construir en el abismo me entrego al resplandor que aniquila, que escalda mi rostro.

Aquí sólo el fuego conoce los caminos.

Hemos sido encargados de profanar el mundo, de seguir a quienes fundaron una progenie de espectros y de anunciar la llegada de los emisarios del terror.

Cuando la sombra nos precede sospecho que el tiempo me vigila.

Fui expuesto. Me acechan los inquisidores. El victimario sufre la tiranía de sus huellas y ese incesante sobresalto será nuestra única venganza.

Somos los nuevos nómadas, los prisioneros del futuro, los de la mirada inacabable.

Es en momentos aciagos cuando es oportuno renacer, conteniendo la respiración, sintiendo el miedo que aletea en la ventana.

¿Aún será posible expresar la primera sílaba? ¿Emprender nuestro retorno vegetal? ¿Recobrar el canto del agua? ¿Liberar a la raíz?

Comprendí todos los regresos.

La poesía se lee cerrando los ojos.

Instigué a la flor para que se rebelara contra la primavera. Extravié mi sed.

Oh noche, todo se ha creado en contra tuya.


CITA DE LA TIERRA

Lo tenía todo hasta que llegó la palabra.

Durante la vigilia conocí el grito azul. Probé todas las máscaras incluidas las del tú. Esperé que mi pobreza me hiciera libre y delaté a aquellos que decidieron heredar los desiertos.

Los señalé con mano de sal y deserté de la luz.

La sublevación del deseo nos dejó a la intemperie.

Imitamos la palidez de la luna y curamos la herida del insomnio con la ventana trémula de un cuerpo desnudo.

Las lágrimas, el miedo, las visiones, y todo lo que será recuerdo, me forzó a la fuga de mi rostro.

La tierra citó a sus testigos y los árboles fueron leídos por el viento. El fuego nuevamente interrogó nuestros sueños.

La sangre del amanecer cayó en mi pecho y padecí el cruel reinado de las horas.

No sé cuánto más debo perder para que me sea develado el poema. No sé cuál es la sed que debo atizar para continuar en la respiración. Eludí las rutas propuestas por el sol. Bauticé todo lo perdido. Habité la Edad del grito. Emprendí el camino hacia mi voz. 


Y ahora, cuando cierro los ojos, alguien regresa a la vida. 

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