Gabriel Arturo Castro
Gabriel, es un poeta hermético, entregado a sus amigos, que hace posible la fe en la palabra y en el bardo entregado al oficio.
Vive resguardado de la fama y de los intrusos. Trabaja cuando puede en lo que le gusta, que básicamente es un ir y venir entre la antropología y la poesía.
Gabriel, es nervioso como los colibrís y su poesía es única.
Centinela
El guardián alumbra la hoguera, un gran fuelle se deshace entre sus manos.
(El triturar del hierro y el ruido de las armas amoladas callan,
ya no hieren sus oídos, ni el humo irrita sus ojos).
La noche rodea al centinela.
La noche, suerte del afilador,
luz anémica, luz indigente,
luz que tiembla y embiste entre la sombra y el ojo,
animal dormido a la orilla de una vela,
de su canto vertical,
alarido prolongado, ardor que sube,
abismo abierto,
sangradura de río irremediable,
honda acequia junto a la cavidad de una úlcera a lo lejos.
Los hombres ciegos, los ovejeros de pobres pasos,
el ahorcado que le teme al fuego,
huyen de la estrechez de los zaguanes oscuros,
de la selva aciaga, de los cuchillos anchos,
de la originalidad de la pequeña ciudad negra.
El cielo está hecho de guiñapos de algodón impuro.
La oscuridad aumenta,
en todas las márgenes y orillas se difunde.
La luz eterna suspira, se estremece y muere.
El guardián, portando un pálido farol,
vigila el lenguaje de la noche.
Perseguidor
El perseguidor de la montaña no necesita de lazo,
ni la trampa, ni el dulce metal fundido de una
ballesta. No. Sólo le basta lanzar las astillas de la
palma para cazar los pájaros nocturnos.
Fatiga
Alcahueta, vendedora de secretos: los animales
hallarán muy fácil tus ojos cansados en la boca
abierta del molino, entre los estribos de un puente o
sobre cada espacio vacío de la escalera que conduce
al centro de una tormenta.
Señora, no olvides tus ojos de fatiga. Allí estarán
alerta la perdiz, el pavo y el buey, quienes harán una
trinchera redonda con tus párpados lentos, pequeños
faroles y colores apagados.